lunes, 10 de octubre de 2022

METAMORFOSIS

 

He sido como el girasol.

Hacia donde fuese que fuera viraba yo.

Acabé centrifugada, vacía por dentro y rodeada de semillas.


Después fui rosa y me llené de espinas.

Las gasté todas porque confundí roces con caricias.


Pero se acabó el arrancarme como pétalos de margarita.

Dejé de ser flor.


Me volví capullo.

Esta vez de mariposa.


La veo en cada amanecer.

Cada atardecer, no. Ya se ha ido.

Al anochecer, tampoco. La luciérnaga también se fue.



#DíaMundialDeLaSaludMental

domingo, 6 de marzo de 2022

Como si...


Llega el metro.

Me meto dentro.

Y, nada más hacerlo, bajo.

Como si no fuera el mío.


Viene otro.

Me subo.

Las puertas se cierran.

Pulso el botón de emergencia.


Como si fuera el conductor,

se abren las puertas.

Bajo en el último minuto.

Me doy la vuelta.


Mientras, tú me pellizcas.

Como si fuera un sueño.

Y, sin decir nada, te alejas.

Como si, al igual que la maleta que llevas, tuvieras ruedas.


Sonríes, señalando que no tienes tiempo.

Me enseñas el pase del AVE,

con el mismo trayecto: origen Atocha

y destino a ninguna parte.


¿No pensabas pararte...?

¿Para qué anuncias tu llegada,

que estás ahí, si no ibas a quedarte?

Te diriges a la vía del tren como si fuese tarde.


Pero el reloj no tiene agujas;

ni el billete, fecha.

Te acompaño. Me dejas.

Como si nunca nos hubiésemos visto antes.


Sin embargo, me reconociste.

Y yo supe al instante quién eras.

También, dónde está la salida;

o que para ti era una estación de paso.


Se acaba el transbordo.

Son las 8.

Me despierto.

Como si nada de eso hubiera sido cierto.


miércoles, 5 de enero de 2022

MENOS: Carta a mi Reina Maga... interior





Menos sueños estando dormida.

Menos pesadillas, despierta.

Menos distancia.

Menos tú; menos yo.


Menos cerebro... en la cabeza.

Menos lleno, de lágrimas.

Menos besos al aire.

Menos indirectas.


Menos ruido y menos silencio.

Menos palabras calladas.

Menos frío.

Menos lluvia por dentro.


Menos ojos cerrados.

Menos manos vacías.

Menos «te deseo...»

y menos deseos de ti.


Menos promesas.

Menos propósitos.

Menos preguntas por responder;

o incluso menos, respuestas sin pregunta.


Menos esperas.

Menos morse en la mirada.

Menos suspiros.

Menos exhalaciones profundas.



Menos “si tú supieras”.

Menos monólogos.

Menos consultas con la almohada.

Menos unos y ceros.


Menos otros.

Menos discursos internos.

Menos conmigo.

Menos comas.


Menos puntos seguidos.

Menos signos de interrogación.

Menos insomnio.

Menos, muchos menos: esbozos, trazos y a trozos.


Menos prólogos.

Menos restar.

Menos “ya queda menos”.

Menos precio, por separado y al juntar.


Menos partes.

Menos pares.

Menos mitades y a la mitad.

Menos a partes iguales.


Menos lo sientos.

Menos te quiero (así: de un modo concreto).

Menos partir.

Menos borradores que borrar.


Menos espacios.

Menos cobertura.

Menos relleno.

Menos sin mí.


Menos guiones.

Menos peros.

Menos aunque.

Menos intentos.



Menos de todo.

Menos de nadas.

Menos (hasta) nunca.

Menos desde y para siempre.


Menos “uno menos”.

Menos cuentas: viejas y nuevas.

Menos cuento.

Menos algo y “al menos”.


Menos huellas.

Menos carbón(o).

Menos fantasma fugaz.

Menos estrellas, en plural.


Menos soles.

Menos solos.

Menos cualquiera.

Menos compañía que te deja igual (que).


Menos propuestas.

Menos proposiciones.

Menos protesta.

Menos oposición(es).


Menos preposición.

Menos subjuntivo.

Menos «¿Y si...?» “por si”.

Menos complemento de ningún tipo.



Menos tantos.

Menos comparaciones.

Menos depende.

Menos prórroga.


Menos vueltas.

Menos blancos.

Menos (a)cuerdos.

Menos prisa.


Menos límites.

Menos ayeres y mañanas.

Menos más tarde.

Menos luego y menos después (de ¿qué...?)


Menos mentiras

y menos mente.

Menos echar de menos.

Menos “¡CASA!”


Menos “por lo menos”.

Menos cumplidos.

Menos por compromiso

y menos por cumplir.


Menos cuándo.

Menos recopilatorio.

Menos «Cartas al Rey Mago».

Menos sumario... que no sea –como este– para hoy.



viernes, 17 de diciembre de 2021

Menta-poleo

 

Ella estaba abstraída, en algún lugar fuera de la cafetería en la que llevaba el tiempo suficiente para que la temperatura de la manzanilla casi se igualara a la del otro lado de la ventana, cuando una voz masculina intentó distraerla y convencerla de que se quedara o de que, realmente, volviera... afuera.


¿Puedo?... ¿Puedo sentarme aquí? —insistió de nuevo, cambiándose el vaso de mano para no abrasarse demasiado.

¿El qué? —fue lo único que pudo emitir que tuviera más sentido que ese desconocido haciendo muecas concéntricas a la espera de su veredicto.

Es que está el aforo ocupado —se excusó, mientras dibujaba una circunferencia en el aire—, a excepción de este sitio. —Señalándole con dicho dedo el asiento que les separaba.

¿Eh? ¡Ah! No hace falta. Si ya, ya me iba. Puedes sentarte donde quieras: en cualquiera de ellos.

Yo solo necesito una silla y un trozo de mesa. Y algo de hielo —acabó susurrando porque sus yemas requerían el máximo de aire.


De todos modos, cuando habían terminado, éstas de pronunciarse y él de acomodarse, ella tan siquiera había empezado a escuchar el principio de la segunda frase: ya no estaba lo bastante cerca. Ni sentada ni de pie. Pero se había dejado la chaqueta. Él se levantó, solícito; y al ir a abrir la puerta para salir a buscarla vio cómo se cerraba la del pasillo al fondo a la derecha, que, imaginaba, como era habitual, sería la del baño. Dudaba entre cuál cartel elegir: si continuar con las indicaciones luminosas del de la salida y correr supuestamente tras ella siguiendo las luces a punto de encenderse, que como una onda expansiva se propagaban al derredor desde allí, en una dirección al azar; o girar a la izquierda para ver qué o, con suerte, quién había detrás del panel de melamina.

Decidió avanzar en el sentido que marcaban las flechas reflectantes del suelo. Además de dejarse guiar por la vibración de un sonido no identificable a esos pasos de distancia. Antes de llegar a llamar con los nudillos sobre lo que en algún momento era lo que mantenía unida una placa al contrachapado de virutas, el silencio entrecortado previo fue interrumpido de forma abrupta por la corriente del secador y la que formaron la puerta trasera de servicio abriéndose a la par que la principal y la del aseo.


Es mixto. —Se adelantó ella, dejándole pasar.

¿Estás bien?

No tengo alergia. Ni tampoco se me ha metido nada en el ojo. Si es que lo dices por el tono enrojecido. —Sonriendo, por primera vez... en todo el día, aunque él no lo supiera, y solo fuese en forma de mueca.

Sí. Y esto —Mostrándole su abrigo—; bueno, sin él, pues igual ibas a pasar frío, a pesar de que en estas fechas las calles también estén llenas a todas horas.

Al llorar disminuye la temperatura... aunque el resto, el resto sigue igual... de frío. Pero ¿cómo sabías que iba a enfriarme?

No, no, pensaba que te habías ido y te lo habías olvidado.

Me fui, o sea, vine aquí, porque me di cuenta de por qué estaba dónde y cómo me encontraste. Me hiciste recordarlo. Cuando dijiste con tanta seguridad lo de que únicamente necesitabas “una silla y una mesa” me acordé de que, como yo no lo sé, entré y me había pedido, en vez de un poleo menta como suelo, una manzanilla para acallar a alguno de los dos —Apuntando al unísono al cerebro y el corazón—, y así escuchar al otro y averiguarlo. Y creo que, sin embargo, silencié a ambos —Señalando indistintamente arriba y abajo—. E incluso, al mundo exterior; al menos, mi versión catatónica...

Toma, te va a hacer falta. —Y al levantar la mirada, no era un pañuelo lo que le tendía a ella, sino su brazo con la chaqueta colgada en él—. Demos una vuelta. La verdad está ahí fuera.

¿Por qué ibas a hacer eso? Sobre todo, con alguien así, como yo —inquirió mientras él se acercaba al que había sido el escenario en el que habían compartido la primera escena juntos para recoger el envase, ya apto para el consumo, con su nombre escrito y algo emborronado por el contacto.


Tan borroso que ella no alcanzó a leer la etiqueta colgante de la bebida que aún no había probado descifrando la segunda letra (consonante, no vocal); y Dylan tan siquiera consiguió lo segundo con el de ella, totalmente ilegible y oculto por la del sobrecito de manzanilla. A pesar de tomarse su tiempo hasta contestar:


Porque pasear con otro binomio externo corazón–cerebro... y este extra que suele ser tu primera opción es, seas quien seas, lo que tú necesitas.

domingo, 14 de noviembre de 2021

SE BUSCA...


No soy yo.

Esa del espejo. Ni la del DNI que ante la ley responde con mi nombre y apellidos.

O la que se parece a mí en las fotos.


Tampoco, la de este lado de la puerta que está bajo las sábanas con la luz apagada.

Ni la de la cara lavada.

Tan siquiera soy la que escribe esto.

O la que se esconde detrás de las palabras.


Cada tecla pulsada es una lágrima mantenida.

El completo sinsentido.

La sin sentido completo.


Soy quien piensa que si no miras el reloj no hay tiempo.

Esa que cree ser un fantasma cuando se le aparece su imagen reflejada en un cristal.

Aquella que lee la última frase antes de llegar al final.


La del yo nunca... lo haré.

La que no duerme y cuando lo hace no sueña.

Una que no quiere caerse y por eso está caída.

Quien se queda en el mismo sitio para no tener que volver.


Yo soy la que no sigue y así evita lo que sí.

Alguien que ni siquiera lo intenta porque el intento es para ella un precipicio y no un principio.

La del vaso a medias. Sufriendo por no llenarlo; y, también, sin vaciar.

Soy yo la que se siente una estafa y por eso no se vende.


La que se venda los ojos y las manos, a voluntad, manca y ciega. Ambas.

Esa que enlaza los cordones entre sí. Entre mí. A mí. A mi mitad.


Cuando está todo perdido o sales a encontrarlo o dejas que te encuentre.

Pero yo no estoy. Me he ido.

miércoles, 16 de junio de 2021

1+6 = 16


Me gusta ver tus ojos al mirar los míos.

Que tu mirada se quede reflejada en mi pupila que no es azul.

La nuestra es verde; aunque muchos no lo sepan, ni al mirarme, ni al verte.


Me encanta tener que dirigir mi vista dos veces hacia el espejo.

Porque se desvía siempre en otra dirección: el camino con la huella de tus pasos.

La misma ruta recorrida en otro tiempo convierte el mismo espacio en diferente trayecto.


No soy tú; tú no eres yo. Quizá, tan siquiera, almas gemelas.

Una de ambas no sigue. La otra no llega. Corres. Me paro. Te adelanto. Aceleras.

Damos la vuelta por separado. Cada quien frena a un lado. Antes... y después de la meta.


Retrocedes mirando atrás esperando encontrarme.

Ya no te veo al buscarte en el cristal. Es mi reflejo recién descubierto.

Tu sombra me alcanza, se enciende una luz: un haz de Iris que brilla casi desde tu nacimiento.


Yo existo porque, primeramente, el milagro lo hiciste tú.

Continúa enfocando hacia ti. Clava tu órbita en cualquier punto del globo terráqueo.

Un eclipse de luna. La elipse del Sol. Una estela fugaz. En tu trayectoria, yo ya no salgo ni entro.


En mí eres un eco, una llama(ra)da que no quiero que se extinga.

Soy un bis de tu voz que se queda fuera. Fuera del planeta. Sin (v)ida ni (bien)venida.

Sigues siendo otra, la de siempre; la que eras cuando tú, todavía, no eras nunca fuiste menos “yo”.



jueves, 28 de enero de 2021

"L"


La suya fue la primera llamada que recibí durante el confinamiento. Recuerdo la fecha: 19 de marzo, jueves.


La última carta que envié llevaba sus señas, pero de eso hace mucho más tiempo.


Y el último envío del libro en el que he participado como autora y editora, ambas como novel, también; en este caso, hubo que hacer tres intentos de entrega porque la dirección ya era otra. Aunque eso es también otra historia.

¡Y cómo no iba a mandárselo! Si fue la persona que hizo escribir a todo el curso, de apenas diez años (once, a lo sumo), nuestra propia biografía, siendo la mía la única que necesitaba saber... A partir de ella, y en total secreto, dividió al alumnado en grupos y el último día que asistí al centro, el lunes 18 de noviembre de 2002... ahí estaba, mi autobiografía escrita en tres versiones distintas con letra distinta, en álbumes de cartón o papel: uno, forrado de cartulina rosa, con un adorno textil en rojo y, además, un lazo azul y blanco a cuadros uniendo las hojas; otro, amarillo con las fotos de carnet de sus “biógrafos oficiales” en la cubierta; y el tercero, con el dibujo de un tigre como fondo a 18 palabras (26, contando la contraportada).

Su contenido era parecido: variadas imágenes (algunas hasta coloreadas) recortadas y pegadas a los folios arcoíris con las firmas y dedicatorias del profesorado y mi clase, desde el año anterior, diciendo que siguiera igual que hasta ahora; que era muy simpática, aunque hablaba mucho, pero eso daba igual; que en lectura les hacía reír porque leía muy deprisa, y la verdad era que leía muy bien y era muy lista; o, deseándome que pudiera ser todo lo feliz que me merecía. Menos, las de ella, las de la tutora de 6ºB; una diferente por recordatorio.


«Te recordaré siempre» [A]

«Sigue estudiando y preocupándote por aprender» [B]

«El trabajo de hoy será el futuro de mañana. Sigue siendo tú. Te quiere. Tu tutora». [C]


No tengo tan buena memoria, es que están aquí, conmigo, mientras tecleo esto, casi 19 años después:




Y al día siguiente de ser escritas y releídas página a página en bucle, era alumna de 6.º de primaria (así, a secas) en otra aula a 260 km.


Durante todo el curso académico 2002/03 fui también estudiante a distancia, estudiante por correspondencia; ella continuó siendo mi tutora. Y es que a ésas siguieron, periódicamente, ahora en forma de carta conjunta, las del resto de mis (ex)compis. Yo recibía cada una de ellas como notas subjetivas, carentes de cifras pero repletas de valor; letras sentidas con completo sentido. Eran un diario al que le sobraban llave y candado. La reproducción de la realidad manuscrita a varias manos, cuya ortografía identificaba hasta sin firma. La inclusión elevada a la enésima potencia. Un taller de escritura en el que cualquiera podía participar, el precursor vía postal de la didáctica online.


El intercambio epistolar continuó, acabada la etapa de educación primaria, al empezar la ESO y pasar al centro de enseñanza secundaria con el que compartía la valla. A partir de septiembre, las noticias llegaban por separado, procedentes del instituto mediante informantes preadolescentes, además de emitirse desde el colegio con el sello de la maestría (y maestra); me convertí en destinataria múltiple de sobres firmados por uno o varios remitentes.

Con el tiempo se fueron individualizando, de tú a tú: los titulares de los mismos se erigieron como protagonistas únicos cuya caligrafía era inconfundible, por repetición.


El último encuentro en persona con mi profesora tuvo lugar en su casa unos años después.

Luego, ella prorrogó su jubilación, manteniendo su labor docente sin privar a nadie de sus conocimientos, que iban allende el aula y el programa educativo, simplemente por el hecho de haber nacido el año que nació; mientras tanto, yo completaba mi formación en Bachillerato de ciencias.


En la Universidad, cursando en ese momento 2º de una carrera ¡de letras!, nos escribimos la última misiva. Al finalizar la prórroga, tras más de 45 años de docencia en nómina, había decidido prolongar su actividad de manera altruista y cambiando exclusivamente de receptores, en la asociación de Amas de Casa, ayudando a alumnas hasta con fecha de nacimiento previa a la suya a mejorar su redacción y comprensión lectora.


El siguiente intercambio se dio por teléfono. La voz del auricular era exactamente igual, el timbre, la entonación, la cadencia. La esencia de las palabras, antes escritas y ahora dichas, también; con sonido, se amplificaba su efecto revitalizador. Las ondas hacían extensible la sintonía, como un eco que se expande.


Quería estar de nuevo en la misma frecuencia y en el mismo sitio, pero la última vez en la que he vuelto de visita por allí, el 26 de mayo de 2019, no las encontré: a ninguna, ni siquiera la casa nueva en la nueva calle. Iba a ser una sorpresa improvisada y no se lo comuniqué... a nadie.

Así que continuaron las entrevistas telefónicas sin cita concreta; y lo que no estaba previsto de la que se produjo en la efeméride del Día del Padre es la causa, cinco antes. Fue una llamada de socorro. Un mensaje SOS. Fue pasar lista, 17 años más tarde, esperando que yo dijera «Presente». O, «Sana y salva». Un OK, hashtag que a 28/01/2021 gustaría enseñar como trending topic mundial. Y, a pesar de las circunstancias, tampoco había interrumpido entonces la pedagogía; simplemente la había adaptado al mismo medio desde el que estaba sucediendo tal conversación.


Hoy, sigue siendo lo de siempre: ella, maestra y yo, aprendiz; ambas con nombre de flor, casualmente, de la misma clase.

En sus dictados no distinguía el punto y aparte del punto y seguido. A veces, sigo igual. Lo que sí sé es que éste, de a continuación, no es un punto y final. Y que sólo hace falta añadirle dos para formar los puntos suspensivos de un «CONTINUARÁ...».

Porque no será el último.

Ni la última vez de la “L”.