La
suya fue la primera llamada que recibí durante el confinamiento.
Recuerdo la fecha: 19 de marzo, jueves.
La última carta que envié llevaba
sus señas, pero de eso hace mucho más tiempo.
Y el último envío del libro en el
que he participado como autora y editora, ambas como novel, también;
en este caso, hubo que hacer tres intentos de entrega porque la
dirección ya era otra. Aunque eso es también otra historia.
¡Y cómo no iba a mandárselo! Si
fue la persona que hizo escribir a todo el curso, de apenas diez años
(once, a lo sumo), nuestra propia biografía, siendo la mía la única
que necesitaba saber... A partir de ella, y en total secreto, dividió
al alumnado en grupos y el último día que asistí al centro, el
lunes 18 de noviembre de 2002... ahí estaba, mi autobiografía
escrita en tres versiones distintas con letra distinta, en álbumes
de cartón o papel: uno, forrado de cartulina rosa, con un adorno
textil en rojo y, además, un lazo azul y blanco a cuadros uniendo
las hojas; otro, amarillo con las fotos de carnet de sus “biógrafos
oficiales” en la cubierta; y el tercero, con el dibujo de un tigre
como fondo a 18 palabras (26, contando la contraportada).
Su contenido era parecido: variadas
imágenes (algunas hasta coloreadas) recortadas y pegadas a los
folios arcoíris con las firmas y dedicatorias del profesorado y mi
clase, desde el año anterior, diciendo que siguiera igual que hasta
ahora; que era muy simpática, aunque hablaba mucho, pero eso daba
igual; que en lectura les hacía reír porque leía muy deprisa, y la
verdad era que leía muy bien y era muy lista; o, deseándome que
pudiera ser todo lo feliz que me merecía. Menos, las de ella, las de
la tutora de 6ºB; una diferente por recordatorio.
«Te
recordaré siempre» [A]
«Sigue
estudiando y preocupándote por aprender»
[B]
«El
trabajo de hoy será el futuro de mañana. Sigue siendo tú. Te
quiere. Tu tutora». [C]
No tengo tan buena memoria, es que
están aquí, conmigo, mientras tecleo esto, casi 19 años después:
Y al día siguiente de ser escritas
y releídas página a página en bucle, era alumna de 6.º de
primaria (así, a secas) en otra aula a 260 km.
Durante todo el curso académico
2002/03 fui también estudiante a distancia, estudiante por
correspondencia; ella continuó siendo mi tutora. Y es que a ésas
siguieron, periódicamente, ahora en forma de carta conjunta, las del
resto de mis (ex)compis. Yo recibía cada una de ellas como notas
subjetivas, carentes de cifras pero repletas de valor; letras
sentidas con completo sentido. Eran un diario al que le sobraban
llave y candado. La reproducción de la realidad manuscrita a varias
manos, cuya ortografía identificaba hasta sin firma. La inclusión
elevada a la enésima potencia. Un taller de escritura en el que
cualquiera podía participar, el precursor vía postal de la
didáctica online.
El intercambio epistolar continuó,
acabada la etapa de educación primaria, al empezar la ESO y pasar al
centro de enseñanza secundaria con el que compartía la valla. A
partir de septiembre, las noticias llegaban por separado, procedentes
del instituto mediante informantes preadolescentes, además de
emitirse desde el colegio con el sello de la maestría (y maestra);
me convertí en destinataria múltiple de sobres firmados por uno o
varios remitentes.
Con el tiempo se fueron
individualizando, de tú a tú: los titulares de los mismos se
erigieron como protagonistas únicos cuya caligrafía era
inconfundible, por repetición.
El último encuentro en persona con
mi profesora tuvo lugar en su casa unos años después.
Luego, ella prorrogó su jubilación,
manteniendo su labor docente sin privar a nadie de sus conocimientos,
que iban allende el aula y el programa educativo, simplemente por el
hecho de haber nacido el año que nació; mientras tanto, yo
completaba mi formación en Bachillerato de ciencias.
En
la Universidad, cursando en ese momento 2º de una carrera ¡de
letras!, nos escribimos la última misiva. Al finalizar la prórroga,
tras más de 45 años de docencia en nómina, había decidido
prolongar su actividad de manera altruista y cambiando exclusivamente
de receptores, en la asociación de Amas de Casa, ayudando a alumnas
—hasta
con fecha de nacimiento previa a la suya—
a mejorar su redacción y comprensión lectora.
El siguiente intercambio se dio por
teléfono. La voz del auricular era exactamente igual, el timbre, la
entonación, la cadencia. La esencia de las palabras, antes escritas
y ahora dichas, también; con sonido, se amplificaba su efecto
revitalizador. Las ondas hacían extensible la sintonía, como un eco
que se expande.
Quería estar de nuevo en la misma
frecuencia y en el mismo sitio, pero la última vez en la que he
vuelto de visita por allí, el 26 de mayo de 2019, no las encontré:
a ninguna, ni siquiera la casa nueva en la nueva calle. Iba a ser una
sorpresa improvisada y no se lo comuniqué... a nadie.
Así
que continuaron las entrevistas telefónicas sin cita concreta; y lo
que no estaba previsto de la que se produjo en la efeméride del Día
del Padre es la causa, cinco antes. Fue una llamada de socorro. Un
mensaje SOS. Fue pasar lista, 17 años más tarde, esperando que yo
dijera «Presente».
O, «Sana
y salva».
Un
OK,
hashtag
que a 28/01/2021 gustaría enseñar como
trending topic mundial.
Y, a pesar de las circunstancias, tampoco había interrumpido
entonces la pedagogía; simplemente la había adaptado al mismo medio
desde el que estaba sucediendo tal conversación.
Hoy, sigue siendo lo de siempre:
ella, maestra y yo, aprendiz; ambas con nombre de flor, casualmente,
de la misma clase.
En sus dictados no distinguía el
punto y aparte del punto y seguido. A veces, sigo igual. Lo que sí
sé es que éste, de a continuación, no es un punto y final. Y que
sólo hace falta añadirle dos para formar los puntos suspensivos de
un «CONTINUARÁ...».
Porque no será el último.
Ni
la última vez de la “L”.