Esto es un alegato por la inclusión:
Quiero meternos a todas en la misma
ecuación porque en un solo saco no cabemos, aunque en este mundo hay
sitio para todas. No quiero sacar a los hombres, quiero que las
mujeres también estén dentro. Y que cuando entren, ellos se
queden y hagamos equipo.
El feminismo no es cosa de
mujeres. Ni el machismo, de hombres. Lo segundo es un falso mito del
que habla quien nada dice; y lo primero, un asunto de primera en un
mundo de personas.
Y es verdad que somos distintos.
Pero no los hombres de las mujeres. Todas somos diferentes porque
todas somos diferentes personas. Somos un conjunto heterogéneo
cuya mezcla impide que la raza humana -la única que existe- se
extinga.
Hay un asiento para cada una, pero
ninguno está numerado. Así que, las feministas no queremos
quitarle el puesto a los hombres, queremos que ese puesto no exista.
Porque no queremos llegar más alto, queremos que nadie esté arriba.
Y que quien vaya a ocupar el palco no lo tenga reservado con
antelación. Ni a nombre de un hombre, ni tampoco, con nombres de
mujer. Las plazas serán otorgadas por riguroso orden de llegada. O
concedidas por méritos propios, sin que medien fotos o datos de
identificación. Lo contrario sería exclusión.
Y también lo es, que todas pasemos
a tener apelativo masculino por un solo varón. Así que no te
sientas ofendido si me dirijo a ti en femenino refiriéndome al
término persona, porque el genérico «gente», sí que es
despectivo.
Exclusión es pretender que una
mujer se depile y un hombre no, si los dos tienen pelo.
Tan absurdo como que ambos deban ser
casi de la misma estatura “gracias” a - aunque siempre un poco
por debajo- los tacones-, si para algunos no os llegamos a la suela
de los zapatos y jamás estaremos a vuestra altura. Y es que si el de
arriba todo lo ve, el de abajo todo lo vive. Pero mientras el
segundo, a veces la sube; la mirada del de arriba, casi nunca baja
más de un segundo. Y recuerda también, que desde el suelo se
puede volar todavía más alto.
Así mismo, no tiene sentido que el
hombre vaya abrigado en invierno, mientras que la mujer deje a la
vista y al aire frío sus encantos; y por otro lado -y a pesar de lo
contradictorio- deba tener siempre ciertas partes “indecentes”
cubiertas, pero el hombre no tenga por qué tener la decencia de
cubrirse nunca la vista. Porque no
hay faldas cortas, sino manos largas. Y es que mi
apariencia no habla de mí, solo dice lo que tú sabes decir. Lo
que has aprendido de aquello que te han enseñado.
El hombre suele querer dominar a la
mujer -porque en realidad es en ella, en su interior, donde reside
el verdadero poder: el de la creación- mientras que la mujer lo
que no quiere es que la domine otro. Por ello, ¿cómo puedes
insinuar que estoy obligada a ser madre si dudas de tu paternidad y
con esa excusa te escudas de tu responsabilidad? La cuestión es
ser o no ser... padres. Ambas partes.
Para mí, las mujeres siempre van
primero, y al mismo tiempo el hombre está antes que la mujer... en
el diccionario solo, ambos. Y es que si alfabéticamente la “a”
va antes que la “o”, ¿por qué siempre prima lo masculino?
Ya que esto no trata de ser
enemigos, o de nosotras y vosotros.
La mujer no va en contra del hombre.
El feminismo no es exclusivo. Son personas a favor de todas
las demás personas. Que a pesar de ser muchas y muy variopintas,
ninguna está de menos, ni tampoco de más.
La paridad no es una comparación
en número cuya diferencia es cero.
La equidad no significa ser
equivalente, es complementarse.
Pero que cada una elija sus
funciones. Es una decisión personal. Ya que yo, en teoría, puedo
dar vida; y tú -si también teóricamente, y según las
estadísticas de violencia machista puedes quitarla hasta sin llegar
a matar- no. Eso es lo único que nos distingue: la posibilidad. La
mayor probabilidad de ser atacada por ti, aun yo siendo más en
cantidad y en cUalidad
-como gestadora de mujeres y hombres-, por tú creerme menos. Porque
las capacidades se adquieren y se mejoran, hasta las innatas.
Pero las culpables somos todas las
(personas) que hemos inculcado que las mujeres tenemos que tener
cuidado, aunque lo confundamos con el miedo, sobre todo de noche;
mientras que al hombre no le hayamos infundido que tiene que cuidar
-también sus palabras- incluso de día, y que a eso se le llama
respeto.
Que no hay un sexo fuerte y uno
débil.
Que las etiquetas no definen a
quien las lleva sino a quien las pone.
Que
no es necesaria su compañía ni la de nadie, pero que necesitamos
saber estar solas y también con alguien.
Que todas somos igual de
distintas.
Compartimos el mismo mundo.
Hagámoslo con tacto. Aunque el resultado sea, un mundo distinto al
que conocemos hoy.
¿Hay o no, trato?
Firmado: desde el anonimato.
P.D: Que esto último no lleve a
equívocos, porque aunque lo parezca no es un contrato. Los
contratos se rompen y esto está sujeto al cambio de actualizarlo
siempre, a la mejor versión.
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