jueves, 28 de enero de 2021

"L"


La suya fue la primera llamada que recibí durante el confinamiento. Recuerdo la fecha: 19 de marzo, jueves.


La última carta que envié llevaba sus señas, pero de eso hace mucho más tiempo.


Y el último envío del libro en el que he participado como autora y editora, ambas como novel, también; en este caso, hubo que hacer tres intentos de entrega porque la dirección ya era otra. Aunque eso es también otra historia.

¡Y cómo no iba a mandárselo! Si fue la persona que hizo escribir a todo el curso, de apenas diez años (once, a lo sumo), nuestra propia biografía, siendo la mía la única que necesitaba saber... A partir de ella, y en total secreto, dividió al alumnado en grupos y el último día que asistí al centro, el lunes 18 de noviembre de 2002... ahí estaba, mi autobiografía escrita en tres versiones distintas con letra distinta, en álbumes de cartón o papel: uno, forrado de cartulina rosa, con un adorno textil en rojo y, además, un lazo azul y blanco a cuadros uniendo las hojas; otro, amarillo con las fotos de carnet de sus “biógrafos oficiales” en la cubierta; y el tercero, con el dibujo de un tigre como fondo a 18 palabras (26, contando la contraportada).

Su contenido era parecido: variadas imágenes (algunas hasta coloreadas) recortadas y pegadas a los folios arcoíris con las firmas y dedicatorias del profesorado y mi clase, desde el año anterior, diciendo que siguiera igual que hasta ahora; que era muy simpática, aunque hablaba mucho, pero eso daba igual; que en lectura les hacía reír porque leía muy deprisa, y la verdad era que leía muy bien y era muy lista; o, deseándome que pudiera ser todo lo feliz que me merecía. Menos, las de ella, las de la tutora de 6ºB; una diferente por recordatorio.


«Te recordaré siempre» [A]

«Sigue estudiando y preocupándote por aprender» [B]

«El trabajo de hoy será el futuro de mañana. Sigue siendo tú. Te quiere. Tu tutora». [C]


No tengo tan buena memoria, es que están aquí, conmigo, mientras tecleo esto, casi 19 años después:




Y al día siguiente de ser escritas y releídas página a página en bucle, era alumna de 6.º de primaria (así, a secas) en otra aula a 260 km.


Durante todo el curso académico 2002/03 fui también estudiante a distancia, estudiante por correspondencia; ella continuó siendo mi tutora. Y es que a ésas siguieron, periódicamente, ahora en forma de carta conjunta, las del resto de mis (ex)compis. Yo recibía cada una de ellas como notas subjetivas, carentes de cifras pero repletas de valor; letras sentidas con completo sentido. Eran un diario al que le sobraban llave y candado. La reproducción de la realidad manuscrita a varias manos, cuya ortografía identificaba hasta sin firma. La inclusión elevada a la enésima potencia. Un taller de escritura en el que cualquiera podía participar, el precursor vía postal de la didáctica online.


El intercambio epistolar continuó, acabada la etapa de educación primaria, al empezar la ESO y pasar al centro de enseñanza secundaria con el que compartía la valla. A partir de septiembre, las noticias llegaban por separado, procedentes del instituto mediante informantes preadolescentes, además de emitirse desde el colegio con el sello de la maestría (y maestra); me convertí en destinataria múltiple de sobres firmados por uno o varios remitentes.

Con el tiempo se fueron individualizando, de tú a tú: los titulares de los mismos se erigieron como protagonistas únicos cuya caligrafía era inconfundible, por repetición.


El último encuentro en persona con mi profesora tuvo lugar en su casa unos años después.

Luego, ella prorrogó su jubilación, manteniendo su labor docente sin privar a nadie de sus conocimientos, que iban allende el aula y el programa educativo, simplemente por el hecho de haber nacido el año que nació; mientras tanto, yo completaba mi formación en Bachillerato de ciencias.


En la Universidad, cursando en ese momento 2º de una carrera ¡de letras!, nos escribimos la última misiva. Al finalizar la prórroga, tras más de 45 años de docencia en nómina, había decidido prolongar su actividad de manera altruista y cambiando exclusivamente de receptores, en la asociación de Amas de Casa, ayudando a alumnas hasta con fecha de nacimiento previa a la suya a mejorar su redacción y comprensión lectora.


El siguiente intercambio se dio por teléfono. La voz del auricular era exactamente igual, el timbre, la entonación, la cadencia. La esencia de las palabras, antes escritas y ahora dichas, también; con sonido, se amplificaba su efecto revitalizador. Las ondas hacían extensible la sintonía, como un eco que se expande.


Quería estar de nuevo en la misma frecuencia y en el mismo sitio, pero la última vez en la que he vuelto de visita por allí, el 26 de mayo de 2019, no las encontré: a ninguna, ni siquiera la casa nueva en la nueva calle. Iba a ser una sorpresa improvisada y no se lo comuniqué... a nadie.

Así que continuaron las entrevistas telefónicas sin cita concreta; y lo que no estaba previsto de la que se produjo en la efeméride del Día del Padre es la causa, cinco antes. Fue una llamada de socorro. Un mensaje SOS. Fue pasar lista, 17 años más tarde, esperando que yo dijera «Presente». O, «Sana y salva». Un OK, hashtag que a 28/01/2021 gustaría enseñar como trending topic mundial. Y, a pesar de las circunstancias, tampoco había interrumpido entonces la pedagogía; simplemente la había adaptado al mismo medio desde el que estaba sucediendo tal conversación.


Hoy, sigue siendo lo de siempre: ella, maestra y yo, aprendiz; ambas con nombre de flor, casualmente, de la misma clase.

En sus dictados no distinguía el punto y aparte del punto y seguido. A veces, sigo igual. Lo que sí sé es que éste, de a continuación, no es un punto y final. Y que sólo hace falta añadirle dos para formar los puntos suspensivos de un «CONTINUARÁ...».

Porque no será el último.

Ni la última vez de la “L”.




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