domingo, 25 de agosto de 2013

De un tiempo a esta parte se ha convertido en un verdadero esfuerzo el ordenar las ideas en mi cabeza y transformarlas en oraciones que tengan sentido completo.

Es por ello que no me pronuncio, no tengo nada que decir, nada que puedas entender, nada que yo misma consiga entender, al menos nada que llegue a ocupar más de una línea de texto.
Y si cumple ese requisito no es nada que me deje buen sabor de boca, nada que merezca ser conocido, nada que nadie quiera leer porque no le aportaría  más que tristeza, pena por quien lo ha escrito y unas ganas irrefrenables de rebobinar hasta el momento en que hizo doble clic para entrar al blog.

De hecho, ahora que releo lo tecleado, solo me apetece seleccionar el texto y pulsar la tecla borrar.

Así que me escondo entre las letras que han escrito otros, porque las mías son como alfileres en la palma de mi mano.