martes, 12 de septiembre de 2017

Capital hispalense.
Jueves 7 de septiembre de 2017.

Diez y algo de la mañana:

Me dispongo a entrar en una capilla de cuyo nombre no voy a hacer mención y el cual pregunto cuando una monja abre la puerta que permanece literalmente cerrada. Ésta, me confirma tanto que es el lugar que estaba en primer término en mi lista -por una promesa incumplida de quien soy sombra (excepto en esta visita)-; y que de forma figurada, la única figura cerrada más allá de la embalsamada en la urna de cristal del interior, es la que sostiene la hoja de madera maciza en ángulo de 45º impidiéndome el paso tras echar una ojeada a mi -según ella- «cortita» indumentaria:
  • Sí, es aquí -contesta-, pero para entrar tienes que ponerte un pañuelo. -Señalando mis shorts, que solo muestran mis miembros inferiores.
Sigo sus indicaciones y me lo coloco a modo pareo sin mediar una palabra. Al fin y al cabo, es una promesa que mediante mi se debe cumplir.

Una vez sentada en el banco, me fijo en cómo van vestidos, o mejor dicho, de tapados, el resto. Todos cubren una porción mayor del órgano más extenso de nuestro cuerpo.
Aunque nada comparado con la que expone la “joven” monja/botones en cuestión, teniendo en cuenta que únicamente se le aprecia el rostro. Tanto para dilucidar su fecha de nacimiento como para tomarlo como valor de referencia.
Y soy incapaz de concentrarme en lo que he venido a hacer, y no únicamente por mi falta de costumbre: me separé de Dios cuando los que le seguían se alejaron de mí. La indirecta de que mis piernas son ofensivas o indecentes me indigna y me ofende como persona y como mujer.
En ese momento, una preadolescente se coloca a la altura del altar. Lleva unos pantalones de la misma longitud que los míos. Lo sé porque no los tapa un pareo de playa -rosa, para más inri-.
Al poco, otras dos niñas que deben ser hermanas ya que van conjuntadas, visten sendos pantaloncitos cortos cuya tela esconderá igual incluso menos piel que yo.
¿La diferencia? La edad.

Esa que me impide ocupar la zona de juegos vacía del Parque de Mª Luisa unas horas más tarde, y que mi yo que en otro tiempo fui nunca quería dejar libre. A esa parte volveremos después.

Así que dejo libre, ahora sí, mi asiento. Conforme me pongo en pie, deshago el nudo que me han obligado a atar: he pasado la prueba del pañuelo.
La susodicha monja continúa en su puesto de control de aduanas. Detiene el tráfico humano, una mujer no ha pasado la criba: no cumple con los estándares de honradez y debe cubrirse la blusa de tirantes color blanco inmaculado que cubre, así mismo, su pecho en totalidad. Ése con el que la monja debió -o, quizá no- alimentarse cuando la desnudez, aún no es un pecado. Por lo que su rostro y el resto de su atuendo eclesiástico desaparecen en pos de otro pañuelo.
Mientras tanto, levanto el mio en señal de victoria -por fin me voy de allí-, pero también de solidaridad hacia las “manchadas”. La señora entonces, dirige su mirada en dirección a su blusa y yo dirijo la mía hacia los ojos de ella. Cuando ambas se cruzan, nos sentimos identificadas sin necesidad de carteles anunciando que lo estamos.
Muy a mi pesar, a veces las palabras sobran.

Igual que le sobraba, de nuevo en el Parque Mª Luisa, a un crío la ropa. Aquel, al que nadie miraba por tratarse de un bebé.

Aunque los 40º sean los mismos, para esta servidora, esa monja y aquel bebé.




NOTA INFORMATIVA:

Al ir a publicar la entrada en una biblioteca pública al día siguiente, me encuentro el siguiente mensaje:

Esta página no se puede mostrar

De acuerdo con la política de acceso de su organización, el acceso a este sitio web ( http://elazulseconviertencielo.blogspot.com/ ) se ha bloqueado porque la categoría de web "Pornography" no está permitida.




No, si al final va a resultar cierto que de una manera u otra, voy por la vida provocando.

lunes, 24 de abril de 2017

"fuTÚro YO"


Si supiéramos que el futuro está escrito en un libro, ¿no correríamos detrás de él -del libro y del futuro- para que se cumpliera?
El destino sería un camino por recorrer. Pero, ¿nuestro, o de quien lo escribió?
Y tendría un fin, ¿a corto o a largo plazo?
Son todo incertidumbres.
Lo que ciertamente no lo será, es que tengo la certeza de que más de uno en pleno trayecto olvidará lo que estaba persiguiendo. O que otros encontrarán su meta en una parada.
Y que eres tú y solo tú, quien decide si seguir en la misma dirección o coger un desvío; si tomar un atajo o recorrer el camino más largo; si atravesar un túnel o cruzar un puente; si hacer la misma ruta o cambiar de itinerario.

En definitiva, eres tú el que continúa, se detiene o retrocede. El que sigue hasta el fin o el que vuelve al punto de partida. El que parte, o el que se queda dónde está.

NUmpre y sieNCA, a veces.


Nunca cogió ese flyer y por tanto nunca leyó su contenido.

Nunca llegó a presentarse a las puertas del antiguo edificio donde iba a tener lugar el acto.

Nunca entregó la invitación en recepción ni recibió las indicaciones de que debía subir en el ascensor del final del pasillo, el único que daba acceso hasta la sexta planta.

Nunca tuvo la tentación, una vez terminado el tour, de tomar un poco el aire en la azotea con esas vistas iluminando el horizonte.

Nunca empujó las puertas que solamente debía empujar en caso de emergencia.

Nunca tuvo que esperar a que alguien se diera cuenta de que al otro lado de la cristalera, había otro alguien a quien el reloj se le había detenido en el momento en el que cruzó a ese otro lado.

Nunca contestó a esa pregunta para la cual no tenía respuesta. O sí la tenía, pero no sabía si era eso lo que quería contestar realmente.

Nunca aceptó cortésmente lo que de verdad quería declinar con un simple “no”. Ni confesó que “su” emergencia, había emergido varias horas antes, que tenía más de una razón que le había “empujado” hasta allí.

Nunca lo hizo, porque nunca cogió ese flyer que contenía aquel libro a modo de marcapáginas. Y por tanto, nunca supo que las vidrieras no siempre se mimetizan con el paisaje, que a veces hay que mirar a través de ellas. Que no siempre basta con mirar a los ojos, que hay que verlos, verse a uno mismo en ellos. Y que cuando no tienes un par a mano, es suficiente con dirigir los tuyos -tu mirada- a un cristal.
Porque a veces lo que refleja es otros ojos en los que mirarte.

Porque nunca y siempre se encuentran a veces, en otra dirección.