jueves, 20 de febrero de 2014

Y de repente me aparece tu foto, me encuentro con tus ojos fotografiados que ya no tienen nada que decirme ni yo que decirle a ellos. Y siento pena, pena porque no siempre fue así. Y empiezan a pasarme las imágenes de nuestra vida cuando éramos dos a modo de película, de atrás hacia adelante a cámara súper rápida. Y recuerdo tu risa que resuena de nuevo en mis oídos, pero que no creo que escuche más; y el fruncir de tus labios en esa pícara mueca que daba comienzo a una sonrisa por mi parte.

Y ese tú cambia de yo y por tanto de fotografía. Sé que no apareceremos nunca los dos en una, pero me sigo aferrando a la idea de que suceda, me gusta seguir pensando que puede que sea así, porque lo contrario me indica todo lo que no he tenido por no haberme dado cuenta de lo que tenía. Pero vuelvo a mirar tu rostro y mi consciente siente una profunda tristeza porque me topo de lleno en la realidad de que ha sido tal que así. Hay una laguna, un vacío existencial en el que tú no apareces por haber estado distraída, andando en lugar de correr, y no haber llegado antes a ese lugar en el que me encuentro mucho tiempo después.

Es por eso que me produce tanto dolor mirar "eternidades instantáneas" en las que esa instantánea se vuelve eterna, haciendo una eternidad de ese instante por una parte porque no sucederá y por otra por no haber sucedido.

sábado, 8 de febrero de 2014

Cuando miro tus ojos de color cielo, veo tu inocencia, tu dulzura, tu incapacidad de hacer daño, de producir cualquier mal.
Te acercas a mí, necesitado de caricias, y te necesito, necesito que me necesites, que me lo pidas con solo una mirada en tono añil.
Te abrazo y me lo agradeces con ese sonido con el que me indicas que no te deje nunca, que siga estando ahí.
Y es en ese instante en el que deseo que me entiendas sin palabras, con solo el roce de tu piel y un cruce de miradas.