miércoles, 16 de junio de 2021

1+6 = 16


Me gusta ver tus ojos al mirar los míos.

Que tu mirada se quede reflejada en mi pupila que no es azul.

La nuestra es verde; aunque muchos no lo sepan, ni al mirarme, ni al verte.


Me encanta tener que dirigir mi vista dos veces hacia el espejo.

Porque se desvía siempre en otra dirección: el camino con la huella de tus pasos.

La misma ruta recorrida en otro tiempo convierte el mismo espacio en diferente trayecto.


No soy tú; tú no eres yo. Quizá, tan siquiera, almas gemelas.

Una de ambas no sigue. La otra no llega. Corres. Me paro. Te adelanto. Aceleras.

Damos la vuelta por separado. Cada quien frena a un lado. Antes... y después de la meta.


Retrocedes mirando atrás esperando encontrarme.

Ya no te veo al buscarte en el cristal. Es mi reflejo recién descubierto.

Tu sombra me alcanza, se enciende una luz: un haz de Iris que brilla casi desde tu nacimiento.


Yo existo porque, primeramente, el milagro lo hiciste tú.

Continúa enfocando hacia ti. Clava tu órbita en cualquier punto del globo terráqueo.

Un eclipse de luna. La elipse del Sol. Una estela fugaz. En tu trayectoria, yo ya no salgo ni entro.


En mí eres un eco, una llama(ra)da que no quiero que se extinga.

Soy un bis de tu voz que se queda fuera. Fuera del planeta. Sin (v)ida ni (bien)venida.

Sigues siendo otra, la de siempre; la que eras cuando tú, todavía, no eras nunca fuiste menos “yo”.