sábado, 8 de diciembre de 2018

La magdalena de Iris.


Fue Proust quien dijo que la exposición a un estímulo olfativo desencadenaba un recuerdo de manera detallada. A él, una magdalena mojada en té le trasladaba a su más tierna infancia en casa de su tía.


Pues bien, en este caso fueron no una, sino unas, las magdalenas que evocaron la memoria de una persona que decidió carecer de nuevos recuerdos. A mí personalmente me transportaron hasta el concierto privado que traspasaba nuestras paredes y techos compartidos y que semanalmente me dejaba pegada a ellos en absoluto silencio para no perderme ni una sola de las notas que emanababn de sus manos.
Un recuerdo sonoro que culminó con un cuerpo vibrando al ritmo de las gotas que mojaron sin compás el hombro de un abrigo, abrazándolo porque  ya no era un hombre.
Y todo eso, sin probarlas y sin olerlas nadie.


En cambio, la primera magdalena, la causante de estas últimas (pero solo hasta la fecha), no fue ningún vesitgio. Todo lo contrario: una auténtica revelación, una declaración de intenciones aun antes de hornearlas y poder llamarlas como tales.
¡Era increíble! Estaba temblando: mi alma lloraba... POR una magdalena. Pero de pura emoción.


No como la voz entrecortada debida al llanto lleno de pena y dolor a la que intenté endulzar el mal trago de solo tener recuerdos de su infancia con algo que -irónicamente- lleva el nombre de una mujer que no dejaba de llorar.

viernes, 30 de noviembre de 2018

PASSWORD


Posiblemente a las 15h de la tarde del jueves 18 de octubre de 2018 en un urbano, al que suben dos féminas, reminiscencia la una de la otra con 30 años de diferencia.

Primero se acomoda la más joven en el asiento del pasillo, mientras la otra valida el bonobús. Una vez efectuado ese trámite por partida doble, esta última busca entre la multitud a su “yo” versión infantil y cuando lo encuentra, le insta a que se cambie de sitio y pase a ocupar el de la ventanilla. Quien, sin embargo, solo acepta hacerlo con una única condición:
-         -  ¡Contraseña!

De forma instantánea, la segunda acerca su rostro al de la niña y le da un sonoro beso –quizá incluso más que el requerimiento de la pequeña- en la mejilla. Gesto que automáticamente da paso a la cesión del “trono” en favor de la madre.

Para mí, como testigo casual de esa entrañable escena, hubiese sido aún mejor si la voz que entonara dicha cláusula hubiera sido de otra hija.
Una, que se niega a desvelar sus contraseñas. O que quizá ha olvidado por el desuso, cuáles eran.