Este es uno de tantos #RelatosDeCuarentena; para mí, el primero. Porque está siendo compartido. No es mío, es nuestro.
Este es uno de tantos #RelatosDeCuarentena; para mí, el primero. Porque está siendo compartido. No es mío, es nuestro.
Unas veces cambias de instituto en el último minuto. Y otras, de ciudad hace ya dos décadas.
Pero en ambas tienes la sensación de que no fue solo eso lo que cambiaste. Cambiaste tu futuro.
El pasado fue distinto por esos cambios. Cambios que no decidiste tú. O eso te dices: son cartas que te dio la banca. Cartas, que no supiste jugar. Porque hay algunas que puedes comprar, como un billete de vuelta. O una llamada, en lugar de un SMS de los de antes.
Escribir las cosas en su momento. O, mejor escribir su nombre. Ponerle una etiqueta detallada. Con detalles que desconocías: ¿espacios en blanco, quizá? Pero algo, mejor que nada.
O darle a borrar antes de enviar tu vida a la papelera de reciclaje, que irónicamente nunca se recicla.
Por mucho que la RAE recoja el significado de más de 87.000 voces, ninguna será como la tuya. Ella no registra tu mirada, ni el tono... de ninguna de ellas. Tampoco la danza de sus manos en el aire, ese aleteo con los mismos brazos que te llevaron al cielo, la segunda vez aun/aún sin tocarte
Y te preguntas el porqué. Y en tu interior, escuchas a alguien que dice ¿y por qué no?
Pero no hay motivos, ni razón. Solo locura. Fuiste una loca por callarte. Fuiste una loca por no hacerlo. Y lo sigues siendo por querer saber la respuesta a ese “y si...”. Los puntos suspensivos no son los mismos, pero sí existe el mismo suspense ante la otra realidad. Las otras realidades paralelas.
Y justo entonces te das cuenta de que si hubieras intentado resolver el primer interrogante, habría habido un vacío entre el signo de apertura y el de cierre.
Y por eso ahora no puedes parar de teclear para llenar la nada que hay ante ti. Huecos repletos de palabras sin sentido, que nadie puede darle mas que tú, aparte de al Enter.
Así que me veo atrapada al otro lado del espejo, en una espiral del silencio. Lo que no dije a un lado, lo que no entenderán al otro; y en mitad, yo.
Susurro palabras mágicas completando el hechizo, en un idioma en desuso en el que el azul es cielo y mar... y río. Y, solo por eso, abro la boca. Lo justo.
En el momento justo en el que confiesa sus sentimientos hacia ti, dices que se ha hecho tarde, que tienes que irte.
Y él piensa que si esas mismas palabras las hubiera pronunciado la persona perfecta no te habrías marchado. Porque para ella siempre estás a tiempo.
Pero tú, mientras te vas, sabes que lo haces porque de no hacerlo no podrías mantener la distancia de seguridad. Tus manos se dirigirían a las suyas a pasos agigantados. Dejarías de ver sus ojos por mucho que los estuvieras mirando, la cercanía es lo que tiene: pierdes visibilidad, todo está nublado. Emborronarías con tus labios las letras susurradas en cada latido más y más rápido. Como si realmente el reloj se hubiera adelantado y el corazón quisiera alcanzarle y llegar primero, antes de que su boca confirmase que lo que habías oído estaba equivocado. Que sólo era tu frecuencia cardíaca hablando en morse.
Así que no te paras a escuchar nada que no sean tus pasos sonando sobre el asfalto al alejarte de la realidad. Huyes de un futuro, contigo y sin él. Escapas de lo que podría haber sido para poder volver. Creyendo que ese mismo instante te estará esperando una y otra vez. Tal cual lo dejaste. Olvidando que tú cambiaste de escenario y no le diste al pause. Pero la vida siempre sigue en play. Los personajes son distintos también. Baja la mirada y levanta el pie: nunca es igual que ayer. Por mucho que sea el eterno ahora.