sábado, 16 de octubre de 2010



Estoy feliz, si, puedo decir que estoy feliz, pero me siento mal al hacerlo.
El otro día me encontré en una plaza a una mujer durmiendo en un saco de dormir encima de un banco, la plaza estaba medio vacía salvo por ella, su perro que era el único ser que le prestaba atención aparte de mí y tres o cuatro personas más. Y me pregunté que le habría llevado a esa mujer a tener que dormir al amparo de la noche, con su perro cómo única protección.
Un par de días después un hombre con muletas subía con gran esfuerzo una cuesta y se paró para pedirme dinero y lo único que recibió fue el descenso de mi mirada, esa misma tarde al bajar al metro otro hombre que también pedía dinero me saludó y yo no fui capaz siquiera de contestarle.

No me diferenció en nada de las tres o cuatro personas que pasaban de largo por la plaza, soy igual que ellas porque aunque yo me di cuenta no hice nada más que eso: darme cuenta. ¡Váya mérito!, ¿Verdad?. Además fui una cobarde con los otros dos hombres; con el primero,no tuve la valentía de mirarle, de perder unos segundos en hacerle saber qué había alguién que se había percatado de su existencia, y con el segundo no me digné a contestar o a dedicarle una sonrisa, de hacerle sentir que no estaba solo.
En vez de eso, lo único que hago es hablar de ellos en la sombra, intentando ocultar mi culpa con palabras, con unas palabras que seguramente nunca leerán, aunque por suerte jamás sabrán que alguién les dedicó unas palabras por miedo a dedicarles tiempo.

Sin embargo hay quién sí hace algo por la gente, aunque no sea consciente de ello:
Esta semana en un pasillo del metro un hombre tocaba un raro instrumento a la vez que cantaba una animada canción en un extraño idioma, mientras bailaba con ritmo al són de la música. En un principio el fin de todo esto era obtener algo de dinero de manera digna, pero aunque todo ese tinglado podía parecer rídiculo lo cierto es que al pasar todo el mundo sin excepción entornaba la boca en una sonrisa, incluso había quién se reía a carcajadas o se ponía a bailar acompañando al extraño músico; todos por unos segundos olvidaban sus quehaceres y escuchaban esa canción.
Y eso es algo que él sólo sin proponérselo siquiera conseguía de manera gratuíta porque la mayoría no le echaban dinero.

Si una persona sin proponérselo es capaz de hacer feliz por un instante a la gente ¿De qué seríamos capaces todos los demás?

Ojalá que esta pregunta llegue a tener respuesta.

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