viernes, 17 de diciembre de 2021

Menta-poleo

 

Ella estaba abstraída, en algún lugar fuera de la cafetería en la que llevaba el tiempo suficiente para que la temperatura de la manzanilla casi se igualara a la del otro lado de la ventana, cuando una voz masculina intentó distraerla y convencerla de que se quedara o de que, realmente, volviera... afuera.


¿Puedo?... ¿Puedo sentarme aquí? —insistió de nuevo, cambiándose el vaso de mano para no abrasarse demasiado.

¿El qué? —fue lo único que pudo emitir que tuviera más sentido que ese desconocido haciendo muecas concéntricas a la espera de su veredicto.

Es que está el aforo ocupado —se excusó, mientras dibujaba una circunferencia en el aire—, a excepción de este sitio. —Señalándole con dicho dedo el asiento que les separaba.

¿Eh? ¡Ah! No hace falta. Si ya, ya me iba. Puedes sentarte donde quieras: en cualquiera de ellos.

Yo solo necesito una silla y un trozo de mesa. Y algo de hielo —acabó susurrando porque sus yemas requerían el máximo de aire.


De todos modos, cuando habían terminado, éstas de pronunciarse y él de acomodarse, ella tan siquiera había empezado a escuchar el principio de la segunda frase: ya no estaba lo bastante cerca. Ni sentada ni de pie. Pero se había dejado la chaqueta. Él se levantó, solícito; y al ir a abrir la puerta para salir a buscarla vio cómo se cerraba la del pasillo al fondo a la derecha, que, imaginaba, como era habitual, sería la del baño. Dudaba entre cuál cartel elegir: si continuar con las indicaciones luminosas del de la salida y correr supuestamente tras ella siguiendo las luces a punto de encenderse, que como una onda expansiva se propagaban al derredor desde allí, en una dirección al azar; o girar a la izquierda para ver qué o, con suerte, quién había detrás del panel de melamina.

Decidió avanzar en el sentido que marcaban las flechas reflectantes del suelo. Además de dejarse guiar por la vibración de un sonido no identificable a esos pasos de distancia. Antes de llegar a llamar con los nudillos sobre lo que en algún momento era lo que mantenía unida una placa al contrachapado de virutas, el silencio entrecortado previo fue interrumpido de forma abrupta por la corriente del secador y la que formaron la puerta trasera de servicio abriéndose a la par que la principal y la del aseo.


Es mixto. —Se adelantó ella, dejándole pasar.

¿Estás bien?

No tengo alergia. Ni tampoco se me ha metido nada en el ojo. Si es que lo dices por el tono enrojecido. —Sonriendo, por primera vez... en todo el día, aunque él no lo supiera, y solo fuese en forma de mueca.

Sí. Y esto —Mostrándole su abrigo—; bueno, sin él, pues igual ibas a pasar frío, a pesar de que en estas fechas las calles también estén llenas a todas horas.

Al llorar disminuye la temperatura... aunque el resto, el resto sigue igual... de frío. Pero ¿cómo sabías que iba a enfriarme?

No, no, pensaba que te habías ido y te lo habías olvidado.

Me fui, o sea, vine aquí, porque me di cuenta de por qué estaba dónde y cómo me encontraste. Me hiciste recordarlo. Cuando dijiste con tanta seguridad lo de que únicamente necesitabas “una silla y una mesa” me acordé de que, como yo no lo sé, entré y me había pedido, en vez de un poleo menta como suelo, una manzanilla para acallar a alguno de los dos —Apuntando al unísono al cerebro y el corazón—, y así escuchar al otro y averiguarlo. Y creo que, sin embargo, silencié a ambos —Señalando indistintamente arriba y abajo—. E incluso, al mundo exterior; al menos, mi versión catatónica...

Toma, te va a hacer falta. —Y al levantar la mirada, no era un pañuelo lo que le tendía a ella, sino su brazo con la chaqueta colgada en él—. Demos una vuelta. La verdad está ahí fuera.

¿Por qué ibas a hacer eso? Sobre todo, con alguien así, como yo —inquirió mientras él se acercaba al que había sido el escenario en el que habían compartido la primera escena juntos para recoger el envase, ya apto para el consumo, con su nombre escrito y algo emborronado por el contacto.


Tan borroso que ella no alcanzó a leer la etiqueta colgante de la bebida que aún no había probado descifrando la segunda letra (consonante, no vocal); y Dylan tan siquiera consiguió lo segundo con el de ella, totalmente ilegible y oculto por la del sobrecito de manzanilla. A pesar de tomarse su tiempo hasta contestar:


Porque pasear con otro binomio externo corazón–cerebro... y este extra que suele ser tu primera opción es, seas quien seas, lo que tú necesitas.

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