viernes, 6 de marzo de 2020

Dos: veintiocho y, treinta y seis. (Casi 10 años más tarde)


Lunes, 31 de enero de 2011.
15:30 Penúltimo vagón de metro, linea 3:

Gotas que nunca llegarán a formar parte de mi memoria caen sin remedio, nadie alrededor presta atención. Nadie, no.
Una mujer se levanta, se acerca a mí y acaricia mi mejilla.



- No merece la pena -me dice-. Vive la vida. Porque yo se la di a dos: al primero hace 36 años y el segundo, 28 ya va a hacer.

En ese momento, sus ojos se empañan de memoria, su mente vuela; mientras sus piernas (las tres) se adhieren firmemente al suelo, para después desaparecer entre el gentío, como si nada de aquello hubiera sucedido.




Y hoy, viernes 6 de marzo de 2020 -casi una década después- recuerdo por qué lloraba y también, cómo me consoló.


Me sigo preguntando si se continuará apoyando en el mismo bastón. O necesitará dos muletas ahora, una a cada lado. 

Si aún, sus lágrimas tienen el nombre de sus hijos y ellos lo saben.

Solo espero que se siga teniendo en pie.


Ojalá pudiera andar yo tras sus pasos y agradecerle lo que aquella tarde hizo por mí. Porque tenía razón: no merecía la pena. El principal causante de mi llanto, desde hace poco más de un mes ya no está. 

Aunque mis sollozos sí, pero sean otros. 
Y es que siempre habrá motivos para llorar, yo lo sé, hasta de felicidad.

Como por ejemplo: de haberme sentado enfrente de alguien en el Metro de Madrid que sí se dio cuenta de todas y cada una de mis húmedas acompañantes. 


Gracias, a ti y a la vida, por reunirnos y compartir ese viaje.

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