viernes, 7 de agosto de 2020

Cuestión de biométrica


Se miraron como en un acto reflejo: sabían que, alguien, al otro lado del espejo, otros ojos les estaban mirando a ellos, a los suyos propios; así, marcándoles el camino que debían de seguir.

Sus miradas se detuvieron ahí, en un punto fijo. Por otra parte, secreto. Nadie abrió la boca. Y si alguna se abrió, nunca se supo. Los cuatro estaban ensimismados intentando descifrar lo que quedaba oculto. Las pupilas dilatadas procuraban ver lo que permanecía debajo, en otra dimensión. Tras ese tejido opaco.

Cuando dejaron de converger ambos trayectos y el nudo que los unía se deshizo, cambiaron de sentido y se volvieron a mirar. Fue un paso atrás. Una coreografía improvisada. Sin tocar.


La vista, a veces, es lo único que se tiene para conectar. Sobre todo, en la distancia, si crees que no te van a escuchar. O, peor: que simularán no haberte oído y que eso que ahora callas, no lo has dicho.

El contacto visual no se finge. No puedes pretender que sus ojos no te hayan visto mirándoles; ni al revés.

Porque las miradas tampoco se cruzan; se señalan, se dirigen unas a otras. Al unísono. Convergen hasta que se separan vuestras caras para daros la espalda y perdéis la conexión.

Se fue la señal.

Y en ese momento, querrás correr en su misma dirección y preguntarle cómo le va, adónde va. Pero hay algo que te impide pronunciarlas. Es por vuestra seguridad. Por eso sigues andando a la misma velocidad.

Es entonces cuando te alejas de (la) verdad: quizás jamás sepas cómo era la sonrisa que escondía... su mascarilla.




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