miércoles, 20 de noviembre de 2013

El miedo te hace ser prudente, pero también te paraliza y te impide seguir.
Te lleva de vuelta al pasado, te hace volver a preguntarte si tomaste la decisión correcta. Te hace desandar lo ya andando.
El miedo te corroe, cuando tu interior de por sí es ya ácido. Disuelve tus entrañas y la poca seguridad que te quedaba, dejándote en carne viva, sin protección.

Si a esto le sumas el gran esfuerzo que te supone llevar a cabo cualquier acción, que el simple hecho de permanecer despierta sea una proeza, hace que temas por el presente que te espera. Por si lo lograrás y si finalmente eres capaz de lograrlo, a qué precio. Cuánto sufrirás en el camino y a qué renunciarás por conseguirlo.

Temes el futuro, temes que el pasado te impida tener uno.
Temes que tu presente te permita seguir viviendo.

Pero entonces caes en la cuenta de que tener miedo al miedo es como multiplicar dos números negativos, que obtienes uno positivo. Como decir "no tener nada", una frase en la que realmente estás diciendo que tienes algo. Y ese algo en esta ocasión no va a ser temor, sino la entereza suficiente para seguir intentándolo una vez más.

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